TAMPA - Es un hombre extremadamente modesto. Jorge Luis González Perdomo lleva en el bolsillo el mismo celular de hace 10 años, viste como si fuese a comprar el periódico del fin de semana y sigue trabajando tanto o más fuerte como cuando llegó a Estados Unidos hace casi de cuatro décadas.
El único lujo que se da, y muy de vez en cuando, es irse de crucero por el Caribe durante unos días con su esposa Madelin, sus cinco hijos y los nietos. Después de eso la vida de este cubano de 65 años se resume en una sola palabra: Arcoíris, el restaurante que abrió en 1984 con un puñado de sus ahorros y los de su mujer, con la que lleva 38 años de matrimonio.
En la historia de Tampa y el derrotero de la comunidad exiliada cubana el Arcoíris se ha erigido como una institución. Fue así desde que González comenzó a atender a sus clientes en su primer establecimiento, en el corazón de West Tampa en el 3328 W. Columbus Drive. Este local tuvo que cerrar sus puertas a fines del año pasado cuando no se logró alcanzar un acuerdo en el contrato de arrendamiento del terreno que ocupaba su restaurante.
Sin embargo, el legado se mantuvo y pasó de manera definitiva a una ubicación más pequeña del Arcoíris, que está ubicada en el 4001 N. Habana Ave., y que González abrió hace 11 años después de tener algunos problemas en la renovación del contrato de alquiler del primer local.
Haber cerrado de buenas a primeras el restaurante de Columbus Drive sigue doliéndole en el alma a González, pero ahora no es un asunto que le quite el sueño.
"Fue triste y me dolió muchísimo, pero creo que lo más bonito de todo ha sido la respuesta de la gente que nos ha seguido y que se mantiene con nosotros", dijo González. "Eso no es fácil porque la gente está diciendo con eso que aprecia tu trabajo".
Tampoco fue sencilla la vida que González tuvo desde pequeño hasta el día en que alcanzó éxito en los negocios en Estados Unidos.
González creció en el seno de una familia humilde del campo cubano y trabajó desde niño, a los seis años ya ayudaba a su padre. Vendió café en las calles y alrededores de Santiago de las Vegas, la ciudad a 20 kilómetros al sur de La Habana, la ciudad que lo vio nacer para ayudar en el presupuesto del hogar. González jamás aprendió a leer ni a escribir.
"Mi padre me escogió junto con un hermano mío. Por eso no fui a la escuela", afirmó González. "Fue difícil porque a esa edad los muchachos solo piensan en jugar. Pero me enseñó a madurar más rápido, a resolver, como decimos los cubanos, y a no tenerle miedo a las obligaciones".
En la Cuba comunista de la década de los setenta González se especializó en el trabajo de cocina. Solía trabajar más de 12 horas al día. Destacó también que jamás quiso sumarse a los comités de apoyo ciudadano de la revolución castrista. Por ello, el régimen cubano lo puso en la lista de sospechosos.
"Me hicieron un expediente con un membrete de 'peligrosidad'. Hasta ahora me acuerdo muy bien porque la gente no lo entiende cuando lo explicas", dijo González.
Este no fue el único encontrón que tuvo González con el régimen castrista. Años atrás, en su adolescencia, cuando tenía 16 o 17 años, González fue interceptado por la policía política cubana cuando iba de regreso a casa. Los agentes encontraron entre sus pertenencias un pedazo de carne de res que González había comprado en el mercado negro con su dinero. Fue condenado a un año de prisión en la Cabañz, una cárcel donde el régimen castrista mezcló delincuentes comunes, opositores políticos y gente del común, como González.
"Esa carne la había comprado con mis ahorros, pero era considerado un acto ilegal en Cuba", dijo González. "Ahora creo que si te cogen con una carne de esas te ponen 25 años. Estaba jovencito y lo superé. De lo que no me olvido son de los gritos que se escuchaban cuando torturaban y golpeaban a los presos políticos".
La situación en la isla y las escasas oportunidades que tenía González lo alentaron a irse de Cuba con el Mariel, un éxodo sin precedentes que trajo a las costas de Estados Unidos aproximadamente 125,000 refugiados cubanos entre abril y septiembre de 1980.
González dijo que sus inicios en tierras de libertad estuvieron muy lejos de ser sencillos.
"'Llegué a Pensacola y lo primero que hicieron conmigo fue meterme a un refugio durante dos meses", recordó González. "Pero cuando salí de ese refugio me vine a Tampa. Tenía 26 años y creo que nunca elegí otro lugar para vivir".
Para González el éxodo del Mariel es un episodio difícil de repasar y entrar en detalle.
Quiso salir de Cuba con sus dos hijos menores. El plan era abandonar la isla juntos y en familia, pero a último minuto las autoridades cubanas le mintieron y retuvieron a los pequeños en La Habana. El golpe caló hondo.
"Imagínate que se queden con tus hijos, que no tenían más de cinco o seis años de edad", recordó González. "Me quedé esperando por ellos en Pensacola, pensando que llegarían en el siguiente barco. Pero no, no fue así".
Tuvieron que pasar más de 14 años para que González lograra reunirse nuevamente con sus hijos. En ese transcurso de tiempo González tuvo otras tres hijas mujeres, dos de ellas pilares importantes en la administración actual de su restaurante, dijo González.
A la par de los negocios González nunca se olvidó de su cariño por Cuba y la gente que lucha por la restauración de la democracia en Tampa y otras ciudades con presencia importante de cubanos en el exilio. González siempre está donando dinero y comida para fortalecer los esfuerzos de la diáspora cubana y su bastión, la Casa Cuba de Tampa.
Roberto Pizano, un ex preso político cubano en Tampa, dijo que González es una de las personas más caritativas y comprometidas con la causa de la libertad.
"Nunca he conocido a una persona tan solidaria con la lucha por Cuba como González", sostuvo Pizano. "Tanto que en más de una ocasión ha destinado todas las ganancias del día de su restaurante para nuestros proyectos o viajes al exterior. Como González no hay otro".
El ex presidente de la Casa Cuba de Tampa, Óscar Rodríguez, también reconoció el espíritu solidario de González por la democracia, el exilio y las mejoras de las condiciones de las personas en Cuba.
"González siempre ha estado con la Casa Cuba ofreciendo la comida de su restaurante y ayudándonos en todo lo que estuviera a su alcance, sin pedir nada a cambio", explicó Rodríguez. "Jamás se ha negado. Siempre ha estado con nosotros".
La popularidad de su restaurante y la nueva generación familiar que sigue la tradición del Arcoíris son suficientes victorias personales que González anida con orgullo de padre y abuelo bonachón.
"La gente reconoce en nosotros un trato familiar y amable", dijo González mientras toca con sus dedos curtidos una medalla de San Lázaro, el santo de los imposibles, que lleva colgada en el pecho. "Muchos me dicen que soy el Rey del Sabor. Quizás. Lo único que sé es que la comida debe ser fresca y tener buen gusto".
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