Chicho se ha dado cuenta de que ya ha pasado mucho tiempo desde la última vez en que se me metió en la vida y ahora aparece para indicarme que a veces las palabras como que nos limitan y los recuerdos actualizados componen la tonada. Recordemos que otros simplemente no rebuznan porque no saben la tonada.
Y vuelvo porque en los últimos meses tuve una serie de encuentros con ese pasado que me trajo a ser un viejo olvidadizo y endurecido.
Amigos con los que he vuelto a ser niño en aquellos tiempos de mocedad en el Camagüey querido. Y no quiero entrar en el grupo de las muchachitas con las que se compartía en los años formativos.
Una conversación que continuó después en un mucho más largo almuerzo en Miami, con uno de esos amigos de los momentos difíciles y que todo lo recuerda. Recaredo Pérez; junto con José Llanes, cuando, de niños y con aspiración de hombres, una noche poco antes de Playa Girón, salimos a pintar letreros en las calles camagüeyanas. Por supuesto, cuando vinimos a ver, teníamos una procesión de esbirros siguiéndonos y, tan pronto nos montamos en la guagua, aquello se convirtió en un campamento armado con pistolas que parecían cañones apretadas en las narices.
Aquello fue una odisea. A la estación de policía, al tenebroso G2, y después de un par de días al Vivac en una celda con otros presos políticos pero enrejada al patio donde los comunes se la desquitaban con nosotros pensando ganar méritos con la policía. Después de unos días, a casa, y luego al juicio en el cuartel Monteagudo, rodeados de militares armados hasta los dientes. Siete años de condena, pero (el pero de Quevedo), como casi niños, a cumplir en casa con permiso solo para ir al colegio. Poco después yo viajé a Miami con el sueño del regreso casi inmediato.
Otra conversación telefónica con Monseñor José (Pepe) Grau. Con él hablamos ampliamente sobre la pequeña capillita dedicada a San Francisco de Sales en el reparto Puerto Príncipe, uno de los más pobres de Camagüey, y para cuya rehabilitación-construcción, colaboraron económicamente varios amigos de Tampa que nadie pudiera imaginar en esos trámites. Y ellos prefieren mantenerse así. Tranquilos y sin hacer bulla. Pero saben que tienen agradecimiento en oraciones camagüeyanas.
Después, otro amigo de la infancia, Henrique Henquen, que se comunica conmigo como para dejarme saber que ha seguido algunas de los escritos aparecidos. La nota que me envía es como que me quiere dibujar y dice: "No recuerdo dónde (que raro, ¿verdad?) he visto la imagen del Quijote que, en vez de una lanza, tiene una pluma".
Caramba, la última vez que yo mismo me comparé con el 'Caballero Español' fue para recordar como siempre, siempre, he cogido los golpes y quedado tirado con Caruca haciendo el papel de Sancho Panza al cuidarme. Lo único que puedo decir al respecto es que del Quijote admiro empecinadamente al que refleja en el Caballero de la Blanca Luna, cambiando solo lo relacionado con Dulcinea por "La Libertad". Quijotes en Tampa, aprendo con Orlando Rodríguez y Roberto Pizano, que nunca han entregado sus armas.
Luego, con Paquito Casas, otro amigo de la niñez, que vive allá en Vertientes y viajó a ver a su hijo. Paco fue de esos Amigos, con mayúscula, que pacientemente se sentaba en casa cuando, debido a la fractura del fémur y una muy, pero muy extensa recuperación, me ayudaba a repasar las asignaturas para que no perdiera el año escolar.
Y, por último, al centro del estado a visitar a un amigo con el que no conversaba en más de medio siglo. Aquiles, Tati Rodríguez; de esos amigos de la niñez. El padre tenía una finca, "La Josefina", donde yo iba con frecuencia. Fueron largas horas de conversación que, disfrutamos completamente. Era como que ayer hubiéramos estado montando a caballo (Pepito), por aquellos potreros que no tenían fin. El ordeño que contaba con unas 70-80 vacas para que el lechero las procesara y las llevara a los clientes. El segundo ordeño de unas 30 vacas para la producción de un queso divino que vendían en bodegas cercanas. Pescando biajacas en la represa, o sencillamente disfrutando de aquel campo camagüeyano. Fue un viaje a la semilla, subiendo por la serpentía, aquel camino vecinal que cuando lloviznaba se convertía en casi impasable, y que llevaba a la entrada de la finca.
Y a todo esto, la paciencia infinita de Caruca, que siempre pone buena cara a los interminables cuentos del esposo y nuestra Directora que acepta sus descargas. Aquellos recuerdos forman el tejido de mi personalidad y no puedo olvidarlos.
Quevedo es periodista cubano. Trabajó en radio, televisión y tuvo su propio periódico 'La Voz Hispana'.
Para comunicarse con Quevedo: marioquevedo1@ aol.com